Fue el último domingo de noviembre, mis energías se mezclaban con la adrenalina de mi primera cicletada de mi vida, al parecer la primera vez siempre es importante. Era muy temprano y con D nos fuimos a nuestro desafío. Comenzó entre risas y nerviosismo inherente a este tipo de situaciones. Dieron la partida y con ella apareció la ansiedad de un recorrido nuevo, los minutos transcurrían y la dificultad hacía lo suyo, junto con el sol que a cada minuto se hacía más intenso. La música se convertía en mi banda sonora...
Sin querer me puse a pensar, a cada paso sentía que estaba más cerca del cielo, pero a cada segundo mi meta se veía más lejana, mi corazón se aceleraba, mas aprendí a controlarlo y a hacerlo uno junto a la respiración. Fue inevitable no pensar en la vida misma, en el periplo que comencé hace un poco de más de 28 años y todas las vueltas que he dado, todas las veces que he fracasado, todo lo que me ha costado alcanzar mis metas personales y lo complejo que me ha resultado el poder concretarlas. También recordé mis triunfos y alegrías, del mismo modo aparecían mis tristezas y penas que suelen acompañarme en este viaje, como no pensar en lo que he dejado ir y de alguna forma en el daño que he causado conciente o no a quienes amo, en mi egoísmo y mis putos miedos que me ayudan a enfrentarlo y a vivir con el coraje tomado de mi mano. Me di cuenta de que si bien el miedo tiene el extraño poder de paralizarme, mi instinto aventurero me lleva a recorrer lugares por los que nunca he andado, que más da sufrir, derramar unas lágrimas si lo que puedo vivir es único. Así es la vida, es una y he aprendido a mirar el vaso medio lleno. Pero en todo este viaje no dejaba de pensar en D, una de las personas más importante de mi vida, a la distancia le enviaba mis buenos deseos, y pensaba en aquello que ambos hemos denominado “karma”, que al fin de cuentas nos une. Cuando en la mitad de este viaje lo veo y me detengo. No concibo mi vida si algo le ocurre, le dí ánimo, como siempre entre ambos lo hemos hecho, al parecer no podemos vivir el uno sin el otro, así nos enseñaron nuestros padres, no importan nuestras diferencias, el amor entre nosotros es indescriptible, mas mi admiración por el hombre en el que se ha convertido supera a las palabras. Me di cuenta de que siempre ha estado a mi lado, olvidando mis errores, fracasos, torpezas y desdenes, él nunca me ha abandonado en este periplo. Sin querer nos separamos, mi desafío me llevó más lejos de donde lo había imaginado. En un instante me puse a mirar hasta donde había llegado, superé todas mis expectativas, sentía que podía llegar a la cumbre…me detuve y descubrí que D me buscaba, fue una sensación lo que me hizo detenerme en inmensidad de una montaña…bajé raudamente a verlo y ahí estaba, esperándome…bajamos juntos, el camino de regreso lo hicimos juntos, a mi me daba pavor la velocidad y un pánico enorme el perder el control, pero D me alentaba a seguir, a no parar. Nada importaba, estaba a mi lado, como siempre. Como no pensar en que a pesar de que estemos rodeados de personas nos sentimos solos, nuestra mente es más rápida de lo que queremos, que el estar con alguien a nuestro lado, nuestra esencia solitaria nos supera, sintiéndonos muchas veces incomprendidos. Nuestras almas tienen cien mil facetas, pero con un punto en común, cada uno con lo suyo, ese sello que nos hace únicos. Es como que nadie esta a nuestra altura, algo extraño tenemos, debe ser el karma…no dejo de pensar en ello…el regreso fue maravilloso, sentir como el aire puro colmaba nuestros sucios pulmones y el viento nos refrescaba y nos hacía olvidar el calor…en abrir y cerrar de ojos habíamos terminado el recorrido…o quizás recién está en la mitad…
martes, diciembre 02, 2008
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